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«Siéntate en silencio, hija de los caldeos;
    entra en las tinieblas.
Porque nunca más se te llamará
    “soberana de los reinos”.
Yo estaba enojado con mi pueblo;
    por eso profané mi heredad.
Los entregué en tu mano,
    y no tuviste compasión de ellos.
Pusiste sobre los ancianos
    un yugo muy pesado.
Dijiste: “¡Por siempre seré la soberana!”
    Pero no consideraste esto,
    ni reflexionaste sobre su final.

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